Saturday, May 20, 2006

La marcha de los pingüinos

En algún tiempo, ser pingüino era lo más degradante de la escala social fraternal. Me explico. Ser colegial e ir en básica por ejemplo, equivalía a ser un paria frente a los hermanos mayores, generalmente secundarios.
Ellos, los onderos, iban a fiestas , conocían a Antúnez que iba en tal colegio, al Negro, al Chino, a la Cata Nosécuanto, a la Flaca y un millón de otros míticos personajes de los que se sabía toda la vida, pero eran intocables, míticos, lejanos. Los hermanos grandes se las sabían todas y por supuesto siempre estaban donde las papas quemaban.
Pasó el tiempo. Al llegar a primero medio el mundo parecía relajarse...Pero no. Todo el impetu quinceañero-adrenalínico era un dolor de cabeza constante para los hermanos que en el intertanto preparaban la Prueba y, con la seriedad de quien pasa su última noche en el corredor de la muerte, trataban de elegir qué estudiar en la universidad.
Siempre un paso atrás, cuando llegaábamos a ese momento, "los grandes" ya estaban en la universidad, que ahora se llamaba simplemente "U" y que daba la libertad suficiente para que el hermano de turno lanzarab a la hora del té sus eternas peroratas sobre la represión simbólica del uniforme y la corbata. Y la soga (esa de género y a líneas) apretaba más y más el cuello.
El hecho de usar ese simple trapo atado en la forma de un lazo, un moño, con piocha, sin piocha, flaco, gordo como empanada o amarrado de por vida alrededor de un elástico, implicaba que su portador era un ser en desgracia. Tal como a algunas etnias se les forzó a usar en tiempos de guerra un sombrero rojo, una estrella amarilla o una banda morada, el escolar hace evidente mediante este lazo, su condición. Esa misma que le hará soportar la espera eterna por un micrero de buen corazón, la mirada malagestada de la viejita en el metro, la venta de malagana de un cigarrillo, las suposiciones malintencionadas de los transeúntes un lunes a las 11 de la mañana...
Con los eventos de las últimas semanas, más allá del factor hormonal, me parece que algo hay distinto. La marcha de los pingüinos, más allá de captar adeptos o detractores a sus peticiones, refleja la revuelta de una generación cansada de estar siempre un paso atrás. En ese sentido, si bien los contenidos mínimos, los aguachentos libros de lectura obligatoria y la remolona jornada escolar completa no han logrado que el nivel de calidad de la enseñanza se haya superado, siquiera en lo que respecta a sentido social y construcción de la comunidad, los fracasos del sistema han tenido como resultado un gran éxito: un grupo de chilenos que movidos por un ideal, por sus hormonas o por el modelo neoliberal (convengamos en que las peticiones sólo apuntan al bolsillo), están dispuestos a peléarsela al sistema y a exigir lo que consideran justo como los ciudadanos (y consumidores) que son.
Como los pingüinos que se nos olvida fuimos también.

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