Wednesday, May 04, 2005

Sanitos como guagüita de campo

El lunes 02 de mayo, apareció en Teletrece la historia de una familia de obesos, en la que la madre, con cerca de trescientos kilos a cuestas sufre lo inimaginable para hacer las tareas más cotidianas como vestir a sus hijos o tan sólo levantarse de la cama.

Entre lágrimas, la mujer explicaba todos los males anexos que se han desencadenado a raíz de su voluminoso problema. Según su testimonio, lo peor es ser testigo de cómo su hija de seis años y el resto de la familia van por la misma senda.Conmovidos por el caso, un grupo equipo de sicólogos y nutricionistas se pusieron a disposición de ellos con el fin de poder intervenir y mejorar su calidad de vida.

Esto, porque su ejemplo podría servir para que otras personas en riesgo decidan cuidarse, ya que según un informe dado a conocer recientemente por la OMS, cerca del 60% de los chilenos padece sobrepeso u obesidad y un 25% de los preescolares presentan ya el problema. Todos sanitos y rozagantes como guagüita de campo...¿La recomendación de la nutricionista a los espectadores?. Bueno, la receta mágica, según su experiencia y años de estudio, está en la clásico mantra "comer balanceado y hacer ejercicio".

¿Ejercicio? Mmmm, da para pensar... sobre todo ahora que uno de los deportistas más destacados del continente izó la bandera blanca y derrotado se entregó al bisturí para eliminar esos kilos que, en combinación con otras cosas, lo estaban llevando a una muerte segura. Diego Armando Maradona, Don Diego, pretende mediante un by pass gástrico, llegar a los sesenta kilos en el lapso de un año. Su doctor dice que después de eso, hasta podría jugar fútbol otra vez... con los amigos solamente, claro está. Y sin asado posterior.

Su caso hace tambalear las declaraciones de la nutricionista de buen corazón, ya que Don Diego es el ejemplo perfecto de que ser deportista no implica tácitamente llevar una buena calidad de vida.

Ahora la comida. Aparentemente, el problema de la inflación (abdominal, eso es) tiene relación con la voracidad, y ésta a su vez, con la rutina actual: poco tiempo, mucho trabajo y la acumulación de problemas en la cabeza como si fuese el sótano de una oficina pública. Esto desemboca en una creciente desesperación, stress, rabia o angustia y, para evitar arrancarle la cabeza al cónyuge o al jefe de un solo mordisco, mejor taponearse la boca con un buen completo. O dos. O tres...

De este modo, el estereotipo del “gordo feliz”, cada vez se queda más en el mito, en la fantasía y las personas de “talla grande” actualmente pasan más tiempo midiendose el colesterol e inyectándose insulina que bailando apretado como en los cuadros de Botero.

A tanto ha llegado la desesperación de estas personas, que han surgido casos como el de Caesar Barbar, un estadounidense que el 2002 demandó a varias cadenas de comida rápida “por servir, con pleno conocimiento, comida que causa obesidad y enfermedades y confundir a los consumidores al ofrecer alimentos ricos en grasas, sal y azúcares”. Consultado por su insólita querella en el New York Post, este conserje de casi 125 kilogramos declaró: “El sector de la comida rápida ha arruinado mi vida. Pensé que esa comida era buena. Nunca me imaginé que había problemas con ella”, agregó. Por supuesto los restaurantes hicieron caso omiso de su reclamo judicial, si tan sólo basta mirar el queso de cualquier hamburguesa para darse cuenta que o fue obtenido de una vaca radioactiva, o los coreanos han logrado desarrollar exitosamente gauda acrílico.

A la luz de los dos ejemplos previos, el problema parece ser la distribución inequitativa de los alimentos en el mundo, más que la comida en si y la falta de ejercicio. Esto, porque mientras en ciertas regiones la obesidad, el "vivir para devorar"y este hambre sicológico se transforman en un problema creciente , según cifras de la Unicef cerca de 200 millones de niños en países subdesarrollados están muriendo, literalmente, por no tener qué comer. Ni siquiera queso radiactivo...

Desde esta óptica, pareciera que en uno u otro sentido, el mundo entero está muriendo de inanición. Es el “Hambre en un mundo de abundancia”, como se titula el documento de las Naciones Unidas sobre la distribución equitativa, y estamos todos sin importar nuestra situación, con las tripas rezongando para llenar el vacío que tenemos, ya sea de justicia, de cariño, de tristeza, de libertad, o simplemente de pan.

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